Lectura distinguida del 2016, Centro Getches-Wilkinson Para los Recursos Naturales, la Energía y el Medio Ambiente, Escuela de Leyes, Universidad de Colorado. En inglés.
POR BILL HEDDEN
Hace años, la escritora y activista Terry Tempest Williams y yo, nos paramos en la banqueta frente al Museo Whitney de Nueva York, preguntando a los transeúntes si sabían lo que es la BLM (Oficina Administradora de Tierras). Terry me hace hacer este tipo de cosas. Los primeros nueve cosmopolitas no tenían ni la menor idea, así que Terry, que había apostado que alguien lo sabría, hizo trampa. Eligió a una mujer con enormes joyas turquesa que cruzaba la calle, corrió hacia ella y la abordó. La mujer, recién llegada de Idaho, rompió la mala racha con un entendimiento rudimentario de lo que la oficina administradora de tierras más grande de nuestra nación es, y confirmó a través de nuestra muy científica encuesta, que casi nadie fuera del Oeste sabe gran cosa sobre las tierras públicas. Para Terry, nacida y educada en Utah, fue un duro golpe, pero no para un nativo de Nueva Jersey como yo.
Nunca había estado más allá del oeste de Pennsylvania cuando conocí a mi esposa Eleanor, cursando el master en la universidad. Y nada sabía de las tierras públicas, más allá de una vaga idea de que suponía algo más para el Servicio de Parques Nacionales que lo que parques históricos y los monumentos como Gettysburg o la Estatua de la Libertad suponen. Podía haber nombrado Yellowstone y Yosemite, pero honestamente, la lista no hubiera sido mucho más larga, y mi conocimiento de cómo funcionaban no era muy claro. Eleanor que había explorado la región de los cañones de Utah toda su vida, pronto remedió la situación, llevándome por la sinuosa ruta desde Salt Lake City a la región de Escalante, y cambiando mi vida para siempre.
Hasta ese momento no tenía idea de lo que era la inmensidad del campo abierto sin anuncios de “no traspasar”, estaba completamente desprevenido para las cumbres y el estado salvaje de los altiplanos de Utah al norte de Bryce. Y perdí mi corazón en los cañones montañosos y rojizos de Deer Creek y el río Escalante.
El río Escalante.
Los cañones me dejaron estupefacto, y si mi vida de activismo ha llegado a ser lo que es, ha sido sobretodo por lo que nació esos primeros años de asombro y deleite. Es una situación común, pero a diferencia de la mayoría, que aman un lugar desde la distancia, nosotros tan pronto como pudimos nos mudamos a lo más profundo de la parte sur de Utah. En nuestro caso, eso significó acampar durante casi dos años mientras trabajábamos en cualquier cosa que pudiéramos encontrar y poder así construir nuestro hogar con los $5,000.00 dólares ahorrados. Cocinábamos en un pequeño fuego, nos bañábamos en una cascada del arroyo y mirábamos desde nuestros sacos de dormir el llamado de las familias de los coyotes y la Vía Láctea que rodaba sobre nuestras cabezas a través de la noche. Ahora que los callos y las cicatrices se han suavizado, lo recordamos como una época de romanticismo incomparable en nuestras vidas.
Quizá algunos de ustedes han notado que di a los organizadores de esta plática una inusual fotografía. Ya que obviamente habían perdido la cabeza al invitarme a dar esta plática, pensé hacerles más difícil aún el trabajo dándoles una foto de un pez gigante para promoverla.
Me gusta la imagen por muchas razones, y el pez no es lo de menos, un lucio rayado de aleta roja, realmente una criatura maravillosa. Me apresuro a aclarar que fue inmediatamente devuelto al lago, unos segundos después de que la foto fuera tomada y se alejó sano y salvo, aunque quizá no muy feliz con nuestro encuentro. También me gusta la foto porque me captura en uno de esos momentos de alegría que he experimentado a lo largo de la vida, en encuentros con criaturas salvajes en lugares salvajes. Y finalmente, escogí esta imagen pensando en lo que de mí forma parte de lo que un amigo llama “jugando con un animal herido en la cuerda”, para recordarme a mí mismo que no estoy libre de culpa, y que causo un impacto cuando disfruto de una existencia privilegiada en medio de las tierras públicas. Como otros habitantes rurales del Oeste, mi vida ha sido moldeada en todos los aspectos por la presencia imponente de nuestros 640 millones de acres de patrimonio cultural común. Y he obtenido más aún de una parte justa de sus beneficios. Estos días, más que nunca pienso en cómo regresar el favor.
Así que, esta plática comienza con un reporte desde el propio campo, por así decirlo, una descripción de un activista y depositario de lo que es vivir rodeado de increíbles tierras públicas en estado natural. Pienso en esta parte de mi plática como una descripción personal de lo que las tierras públicas pueden significar para la vida de un individuo. Y después de esto ampliaré el alcance y miraré al futuro, preguntándome cómo desarrollar nuestra relación con estas tierras en el siglo XXI. Es necesario encontrar nuevas formas de hablar de estos asuntos en los tiempos que corren, cuando el solo concepto de “tierras públicas” está siendo una vez más atacado por el Congreso y las legislaturas estatales, atacado por bien orquestadas campañas de desinformación, y, si esto no fuera suficientemente claro, la tierra misma ocupada por la milicia armada –nuestra herencia bajo la amenaza de gente que no ha tenido el privilegio de vivir de la tierra y de los recursos que nos pertenecen a todos, pero que sin embargo está resentida y determinada a tomarlo todo para sí misma. Los americanos estamos en peligro de perder algo de inestimable valor sin haber llegado a saber lo que es realmente, y lo más importante, sin tener una concepción contemporánea del rol que este legado único a nivel mundial, puede jugar al ayudarnos a encontrar una manera de vivir en armonía con nuestro cada vez mas estresado planeta.
Así que, retomo la historia en torno a nuestra pequeña fogata, en el valle donde vivimos que está limitado al norte por el desfiladero del Río Colorado. Básicamente manejamos a través del Gran Cañón para llegar al pueblo, por la zona rural del Parque Nacional de los Arcos a través del río. Inmensos acantilados, mesas y torres frente de las Áreas de Estudio de la Naturaleza de BLM (Oficina Administradora de Tierras) al este y al oeste; y la cuenca del valle cerrada al sur por las cumbres nevadas del Bosque Nacional Monti-La Sal. En cualquier otro lugar esto sería un parque nacional, pero aquí solo es un tramo lindo del campo.
Durante los primeros años trabajé en el río como barquero y en las tardes calurosas de verano, íbamos con los vecinos a nadar a una playa especialmente bonita. Éramos jóvenes y sanos y no veíamos la necesidad de usar traje de baño. Es gracioso ver, cuarenta años después, los carros abarrotados de turistas en la zona mientras los visitantes buscan la legendaria “playa nudista.” Cuando necesitábamos hacer cemento o argamasa, recogíamos palas llenas de arena del río y reuníamos piedras para la casa de los taludes en las montañas. En otoño era fácil conseguir leña, ponderosa y aspen, del bosque, o piñón y junípero de la parte baja del campo. Durante cuarenta años he sido el encargado de una compañía de riego que extrae agua para los árboles y jardines de nuestra comunidad de un arroyo que sale del servicio forestal y de las tierras de BLM. Para descansar del trabajo, pesco en arroyos de trucha aislados, comiendo frambuesas y escaramujos que encuentro junto a los estanques. Recuerdo estar manejando a Los Arcos en un nevado día de diciembre, y no ver huellas de ningún otro carro en el camino, ni de ninguna otra persona para ver la borrasca moverse a través del paisaje místico, el resplandor súbito de un rayo de luz a través de una torre rosada respaldada por la blanca fortaleza de las montañas de La Sal. Al día siguiente fui a esas montañas a cortar un árbol de navidad. Era un lugar difícil para hacerse rico, pero un muy buen lugar para ser pobre.
No era lo suficientemente erudito para saber cómo las tierras federales habían construido nuestra nación, pagando deudas de guerra, facilitando la expansión hacia el oeste y los ferrocarriles trans-continentales, dotando a instituciones de educación universitaria, proveyendo materiales de construcción, minerales y recursos energéticos, y el agua que permitió el desarrollo de las regiones más áridas. Esos beneficios fluyeron extensamente sin ser reconocidos a lo largo de la historia de la sociedad americana. Pero para mí y mis vecinos, las tierras públicas moldearon nuestra realidad cotidiana de las formas más mundanas.
Conocí gente que vivía casi por completo fuera de la llamada economía del dinero. Uno cortaba postes de junípero y los usaba para cercar la parcela de pastoreo de un ranchero como trueque por la concesión de una mina. Desarrolló la mina y la intercambió por una excavadora. Después de hacer una inimaginable cantidad de trabajos en su finca, hizo lo mismo por un amigo con un aserradero descompuesto, reparó el molino y cortó madera para su casa. No hay premio por adivinar de donde venían los troncos. Él fue quién me ayudó a poner cercas en la huerta para que las vacas no se metieran y yo excavé a mano un pozo para él cerca del riachuelo. Es una manera completamente sensata de vivir que se está pasando de moda en el mundo. Y comprendo íntimamente la indignación que siente mucha gente del campo que quiere regresar a esos días simples, aún cuando creo que se equivocan por completo al señalar responsables.
Mi idilio con el desierto pronto sufrió una determinante inflexión, significativamente causada por un proyecto federal. El embargo del petróleo árabe, entre otra muchas cosas, había estimulado el negocio de la energía nuclear, y al Departamento de Energía de Estados Unidos le fue asignada la tarea de construir depósitos permanentes para los deshechos de alto nivel nuclear que se estaban acumulando. El plan inicial era escoger una ubicación de entre cinco lugares en el oeste, mientras que simultáneamente se empezaba a buscar una segunda ubicación al este del Mississippi. El Departamento de Energía estaba buscando domos de sal en Lousiana y Texas, toba volcánica en Nevada y basalto en la ya contaminada área nuclear de Hanford a un lado del Río Columbia; pero su geología favorita estaba en la cuenca de Paradox al sureste de Utah. Y así, los científicos del Departamento de Energía, preocupados solo con la geoquímica del lugar, se centraron en las camas de sal a lo largo de la orilla occidental de los Arcos y de la entrada sureste de Canyonlands. Bromeábamos con la idea de que el criterio principal para establecer el primer basurero nuclear nacional de alto nivel era sacrificar un parque nacional.
Moab también era un pueblo de uranio, así que el proyecto multibillonario fue objeto de intensa discusión. Según la ortodoxia que provenía de la ciudad y de los oficiales del condado, nosotros gustosamente alojaríamos el depósito. Gracias a la respuesta que le di a una afirmación muy simple de los más adeptos, pasé de ser un ciudadano preocupado a un destacado activista. Cuando dijeron “nosotros extrajimos este material del suelo, así que tenemos el deber patrio de regresarlo a él”, no pude resistir señalar que el desecho de alto nivel nuclear no es como el mineral de uranio, o aún como el óxido de uranio concentrado que sale del Molino Atlas. La gente empezó a preguntarme de qué tipo de basurero se trataba en realidad y por qué el país quería esconderlo en nuestro patio trasero, y en dos meses, el Gobernador Matheson me nombró ciudadano representante de la oficina de trabajos del estado, que era el enlace oficial de Utah con el Departamento de Energía.
Fui elegido para el papel de jefe opositor al proyecto, manejándome para señalar los inconvenientes de toda la logística y del costo de las plataformas en Utah y resaltar la parodia potencial de construir un basurero nuclear a las puertas de un glorioso parque nacional. Quizá estas medidas fueron buenas, pero al final, todos nuestros estudios y encuentros se tornaron irrelevantes cuando el Senador de Luisiana Bennett Johnston, que presidía el Comité de Energía y Recursos Naturales, resolvió el asunto a través de lo que todos llamaron el Proyecto de Ley Screw Nevada (Proyecto de Ley Chingar Nevada).
Este determinante pedazo de política le permitió librarse al estado natal de Johnston y a cualquier otro estado candidato y acabó con la búsqueda de otro emplazamiento al este, siempre y cuando hubiera consenso universal para imponer el basurero nuclear en Nevada. Desde entonces, y hasta que al programa se le retiraron los fondos financieros en 2011, oponerse al emplazamiento de la montaña Yucca era un requisito para quien deseaba un puesto político en el estado de Plata (Nevada). Ahora a pesar de la presencia de desperdicios en reactores a lo largo del país, es un hecho casi indiscutible que nadie en América está dispuesto a tener un basurero de desperdicios de alto nivel nuclear cerca de casa.
Cuento esta historia, a pesar de su extraño final, porque fue mi primera experiencia con la enorme participación que los habitantes de la zona rural en los estados del Oeste pueden tener en la toma de decisiones federales. Donde crecí, uno tiene que consagrar su carrera para llegar a ser el director de la perrera, pero aquí estaba debatiendo la política nacional con el Secretario de Energía después de solo unos meses de participación. La queja de que los habitantes del Este y los lejanos burócratas de Washington imponen sus absurdas ideas en los atormentados habitantes del Oeste es un completo sinsentido.
Viviendo en un pequeño pueblo durante las diferentes fases de la “Rebelión de Sagebrush” fui poco a poco consternándome por la manera en que nuestros funcionarios electos se mostraban incompetentes a la hora de comprender nuestra economía y nuestras necesidades. En un condado que es entrada a dos parques nacionales, dependemos de forma decisiva de los trabajos federales, el turismo y sobretodo de los pagos que derivan de una economía de vida de calidad.
Las cosas estaban floreciendo para los empresarios más hábiles. Pero en lugar de poner énfasis en la educación para que nuestros hijos pudieran compartir el éxito, o en la instalación de internet de alta velocidad para apoyar a los que trabajan desde casa, o aún más importante, en la protección de los activos de las tierras públicas sobre las cuales todo giraba, en lugar de todo esto, los líderes comunitarios se quejaban continuamente sobre el colapso de la industria minera, culpando a los federales en lugar de al propio mercado. Duplicando ese pensamiento, vociferaron acerca de las restricciones de pastoreo en el condado menos agrícola de Utah. Y a principios de los noventa, la comisión del condado ignoró el inminente cierre de nuestro hospital y repetidamente gastó nuestros $50,000.00 mensuales del arrendamiento del mineral en una evaluación medioambiental para la infame carretera de Book Cliffs. Este despilfarro hubiera impulsado un camino de mayor tirada de los campos de hidrocarburo en la cuenca del Uinta a través de algunas de las zonas más salvajes de América y sobre la terrible construcción de la carretera de Book Cliffs a la interestatal 70 y al ferrocarril transcontinental.
Al final, una cobertura completa de los medios noticiosos locales y un error de juicio radical de la opinión pública informada por los Comisionados del condado, llevaron a un derrocamiento del gobierno de la comisión del condado y a unas elecciones en las que estaban todos contra todos por un nuevo consejo. Me enfrenté con otros 12 candidatos por uno de los asientos y gané la elección, si a eso se le puede llamar ganar, para ser uno de los siete miembros del concejo, liderando un condado altamente dividido que había sido obsequiado con un presupuesto en números rojos como regalo de despedida de los comisionados. Los procedimientos para volver a convocar elecciones empezaron el mismo día en que llegamos a la oficina.
Fue una experiencia fascinante que moldeó las perspectivas de lo que estoy presentando aquí ahora. El nuevo consejo planteó el presupuesto y rápidamente puso fin al proyecto de la carretera Book Cliffs. Utilizamos el dinero de los fondos del arrendamiento del mineral para salvar nuestro hospital del cierre. Los rebeldes de Sagebrush estaban convencidos de que nuestro plan era la reintroducción de lobos en los patios de la preparatoria; pera los votantes estaban complacidos por este episodio de un buen gobierno no basado en ideología.
Como miembro del consejo, tuve que volver a delinear los límites del Parque Nacional de los Arcos, incorporando los gloriosos cañones llenos de arroyos al norte del Arco Delicado. Detuve los planes de la Comisión Regulatoria Nuclear que planeaban dejar 16 millones de toneladas tóxicas de uranio marinándose en el subsuelo a un lado del Río Colorado y lideré el camino en el proyecto del Departamento de Energía que proyectaba removerlas a un sitio geológicamente favorable en el desierto de Cisco. Parecía que a los locales se nos pedía resolver los grandes problemas de las tierras públicas cada semana. Pero la historia que quiero enfatizar aquí tiene que ver con nuestras aptitudes para esa pesada tarea.
Relaves de uranio al lado del Río Colorado cerca de Moab, en el estado de Utah.
Muy pronto después de nuestra elección, el Gobernador Leavitt y la delegación de Utah, decidió hacer un proyecto de ley para establecer de una vez por todas, el “problema” de las zonas desérticas en Utah. Su método fue directo: pidieron a los comisionados que señalaran las zonas que deberían permanecer silvestres en cada condado y liberar todas las demás. Nuestro Consejo estaba ideológicamente dividido, con tres devotos a la protección de la tierra, tres apasionados abogando por la extracción en todas sus formas y un tipo amigable al que le caíamos bien todos y solo quería que nos lleváramos bien. Considerábamos sistemáticamente todas las propuestas de zonas desérticas en el condado y el votante indeciso, sentado a mi lado, votaba por la designación de un área y en contra de la designación en la siguiente votación, sin ninguna referencia geográfica. Cuando llegamos al Cañón Mill Creek, la línea divisoria de la ciudad de Moab, le tocaba votar “No”, así que se decidió designar para la construcción esa Zona de Estudio para la Vida Salvaje.
Murmuré que era la cosa más estúpida que habíamos hecho desde que fuimos elegidos, y el tipo que era el factor decisivo al votar me preguntó por qué. Le dije que acabábamos de perder la oportunidad de proteger nuestra fuente proveedora de agua y el replicó con cara inexpresiva, “¿Oh, Mill Creek, es el lugar que esta atrás del viejo auto-cine?” Acababa de dar el voto decisivo para dar forma a una gran legislación federal y ni siquiera sabía de lo que estábamos hablando. La experiencia me ha demostrado que este hecho realmente no es anómalo. Tengo esto en mente cuando escucho que los locales son la fuente de conocimiento de la tierra. El indigno proyecto de ley que surgió de ese intento fue afortunadamente rechazado por las tácticas obstructivas del Senado en la persona de Bill Bradley, un muchacho de Jersey imponiendo sentido común en el Oeste rural.
Ahora, en algún punto, en una plática como esta, se supone que debo decir que la política en cuanto a tierras públicas necesita reformas, que necesitamos involucrar al gobierno local y a los ciudadanos más profundamente para tomar ventaja de su experiencia y honrar su interés y sus circunstancias locales singulares. Sin embargo, a pesar de la manifestación de quejas, casi nunca aprendemos algo concreto y basado en hechos sobre lo que daña los intereses de las jurisdicciones locales. Así que, es como una seria advertencia que reconozco el núcleo de la verdad que hay en esta posición.
Por otra parte, en muy contadas ocasiones escucho enfatizar la idea prosaica de que el marco para el manejo de las tierras públicas funciona muy bien entre las demandas competitivas; o que funcionaría mucho mejor si le diéramos a las agencias que administran las tierras una dirección política congruente y tolerante, y les ofreciéramos presupuestos que les permitieran contratar empleados con conocimientos sólidos de ciencia, y la clase de genuina participación pública que los llevaría a alternativas creativas tales como las visualizadas cuando NEPA (Ley Nacional de Política Ambiental) se aprobó.
Como miembro del consejo, apenas estaba empezando a aprender los pro y los contra de las tierras públicas, cuando mi vida tomó uno de esos giros inesperados y me encontré en un rol en el que nunca había estado antes ni estaré después en Utah y quizá en ningún otro estado del oeste tampoco: me convertí en un defensor del medio ambiente profesional a tiempo completo, trabajando para el fideicomiso del Gran Cañón, mientras trabajaba en un condado rural del gobierno. De pronto ya no tenía que trabajar largas horas fabricando muebles para mantener a mi familia, mientras trataba de encontrar horas libres para mi trabajo en el gobierno; tener el respaldo de un cargo electo con el enfoque y los recursos de un grupo de conservación detrás de mí, resultó una posición privilegiada que me permitió explorar algunos nuevos ángulos en el trabajo de conservación en el altiplano de Colorado.
No se preocupen, no voy a relatarles las historietas de guerra de una carrera entera de campañas activistas. Prefiero utilizar el tiempo que me resta describiendo algunas cuestiones clave que apuntan hacia principios que debemos tener en mente al elaborar una nueva visión para las tierras públicas. Tener una visión moderna, cautivadora es probablemente el mejor antídoto para la milicia y los legisladores que quieren tomar control y privatizar nuestra herencia. Este es un tiempo propicio para pensar todas estas cosas. Con frecuencia hablamos de cómo el electorado medioambientalista está estancado, es un electorado blanco, pudiente y que está alcanzando la edad de retirarse – gente que empezó a involucrarse durante los días de Rachel Carson y el pinche Río Cuyahoga. Pero hay una gran energía que está surgiendo hoy de entre la gente joven que se da cuenta de que el mundo que están heredando se mueve hacia territorios escalofriantes, inexplorados.
Este cambio generacional no será una evolución amable del ecologismo como lo hemos conocido hasta ahora. Nuestros sucesores determinarán el futuro de nuestras tierras públicas si creen que esos 640 millones de acres pueden ser un activo útil en el manejo de un clima fuera de control, en proveer hábitat para miles de especies en el umbral de la extinción, en suministrar aire respirable y agua limpia utilizable. Argumentaría que este nuevo activismo será más pragmático que lo que el medio ambiente ha sido, evaluando decisiones basadas en análisis completos de ciclos de vida, y enfrentándose a los sistemas inhumanos responsables de nuestro dilema; pero apostaría que el nuevo defensor del medio ambiente, será también más visionario, encarnando necesariamente una preocupación por toda la humanidad, y todos nuestros compañeros de viaje en este planeta.
Necesitan saber que el futuro también puede estar lleno de belleza y sentido. Se preguntan nada menos que lo siguiente: “¿Cómo podemos vivir para lograrlo?”
Les debemos ofrecer el consejo más sabio, más audaz, que podamos evocar de nuestra propia experiencia. Por lo tanto, quiero ofrecer aquí una colección de pensamientos acerca de cómo el singular legado de América, sus tierras públicas, puede ser el escenario de un importante experimento global en cómo proteger y restaurar el mundo que nos rodea y ayudarnos así a salvarlo. Ni una de estas ideas es originalmente mía, pero confío en el valor que tiene unirlas en una sola imagen que señale la dirección que debemos tomar.
Empezaré en el verano de 2009 cuando una escalofriante sequía en el sureste de Utah se tornó de pronto en una violenta tormenta de viento, soplando polvo en todas direcciones. En mi casa, el cielo se volvió de un color verde enfermo y como de mal agüero se oscureció mientras un pequeño tornado se arremolinó en el cañón del Río Colorado e irrumpió en nuestro valle, pasando a veinte pies de mi casa. Este agujero negro de energía arrancó árboles de raíz y arrojó grandes ramas atravesando todo nuestro patio antes de desaparecer. Nunca habíamos visto algo semejante y, mientras consternados negábamos con la cabeza, empezó una de esas tormentas de granizo en las que los cristales de hielo rebotan hasta un pie de la tierra y los venados en el patio corren caóticamente hasta que encuentran refugio bajo un árbol. Justo cuando se me ocurrió preocuparme por el techo y el parabrisas del carro, el granizo se convirtió en lodo. Llovió lodo del cielo durante media hora. Me pregunté si lo siguiente en caer serían ranas.
Ahora sabemos que el 2009 y el 2010 fueron años de extraordinarias tormentas de primavera que levantaron de la tierra polvo a través del suroeste y lo depositaron en las capas de nieve de las montañas rocosas (Rocky Mountain). La escorrentía de la cubierta de nieve ocurrió seis semanas antes de lo normal en esos años, acelerando así la evapotranspiración y reduciendo las corrientes de aguan en el río Colorado 900,000 pies por acre, más de la cantidad usada por las ciudades de Denver, Las Vegas, Phoenix y Tucson juntas.
El suroeste ha sido seco y ventoso desde tiempos inmemoriales, pero estos niveles de pérdida de terrenos son la cosecha más amarga de nuestro uso moderno a las tierras. Después de que los rancheros y mineros llegaran en 1880, la cantidad de polvo en la nieve de las montañas aumentó un 700 por ciento, y se estabilizaron a cinco veces más de los niveles prehistóricos. Hoy, a medida que la temperatura aumenta y la costra del suelo se marchita, más tierra es lanzada al aire, y esto nos llega a casa a través del suministro de agua, que es donde produce un verdadero daño. Cómo administremos la tierra importa de todas las maneras imaginables, desde la propia estabilización de la superficie del suelo, y es importante de muchas maneras que aún no hemos comprendido. La guía que ofrece Aldo Leopold supone una sabiduría todavía sucinta para el mundo complejo y relevante en el que vivimos: “Una cosa es adecuada cuando tiende a preservar la integridad, estabilidad y belleza de la comunidad biótica. Es errónea cuando tiende a lo contrario”. Estantes llenos de manuales del manejo de la tierra podrían ser reemplazados con tan solo estas dos frases.
Y tomen nota, por favor, esta no es una frase en absoluto desechable: en su nuevo libro Hacia un Bosque Natural, el ex jefe adjunto del Servicio Forestal, Jim Furnish, concluye con la observación, “La transición de nuestros bosques públicos a la producción de madera después de la segunda guerra mundial fue una elección política, permitida y dirigida por el Servicio Forestal. Podemos hacer una política similar para administrar las tierras públicas que pivote alrededor de la conservación de diversos hábitats, el agua limpia, la restauración, los almacenamientos de carbón, y otros valores ambientales, y aún así seguir con la producción de madera de forma sostenible.” Lo extraordinario es que, si nos armamos de valor, podemos hacer realidad esos pivotes en la administración de las tierras públicas, tal respuesta de emergencia no es posible en tierras privadas.
El uso más extendido de nuestras tierras públicas es el pastoreo. Y me gustaría concentrarme en eso brevemente para resaltar la inversión de la administración actual y sugerir como podemos mejorar. Hay 760 millones de acres de pastizales en los Estados Unidos y la mitad de ellos corresponden a tierras públicas en el Oeste. Muchos, especialmente en las regiones áridas, son pastoreados excesivamente. En lugar de ser sumideros de carbono, las tierras con pastoreo excesivo se han convertido en fuentes de carbono. Se ha estimado que la preservación y restauración de pastizales sanos podría aislar hasta 200 millones de toneladas de dióxido de carbono atmosférico cada año durante muchas décadas. Eso supone el 3.3 por ciento de los gases de efecto invernadero de nuestra quema de combustibles fósiles. Como el Departamento de Energía ha observado, usar procesos naturales para almacenar carbón en ecosistemas terrestres es la más viable y rentable manera de compensar las emisiones.
Pero, déjenme llegar a esto desde un punto más tangible, la salud de los pastizales, ya que ahora estamos insensibilizados a las discusiones sobre los gases de efecto invernadero. Poco después de que el presidente Clinton designara como Monumento Nacional la Grand Staircase-Escalante en 1996, tuve la oportunidad de hacer algo bueno por el Río Escalante, el lugar donde me enamoré del Oeste por primera vez. A través de amistades personales que hice cuando era un oficial electo, pude tomar el toro por los cuernos, por así decirlo, y negociar un acuerdo privado con cuatro familias de rancheros para terminar con el pastoreo a lo largo del sublime Río Escalante y la mayoría de sus cañones afluentes. La oficina de administración de tierras (BLM) ratificó ese acuerdo en 1999 a través de una enmienda del Plan de Manejo de Recursos. Quizá ellos no hubieran sido lo suficientemente valientes para hacerlo, pero el Gobernador Mike Leavitt escribió aprobando el acuerdo, así como lo hizo la División de Utah de Recursos Silvestres. Creo que vale la pena citar la propia carta de la agencia, ya que ni siquiera la insípida prosa burocrática puede ocultar el sentido cada vez mayor de las maravillas que un campo sano puede ofrecernos.
“Hay importantes valores naturales en el área que mejorarían ostensiblemente por los cambios propuestos en el pastoreo de ganado. La vegetación ribereña y el sotobosque a lo largo del Río Escalante y diversos afluentes serían protegidos y mejorados… La vegetación sana y abundante de las orillas beneficia a los peces nativos como los boca de franela y los cabezas azules, y mejora la calidad del agua proveyendo recursos alimenticios y protección, regulando la temperatura del agua, filtrando y capturando sedimentos, e incrementado el almacenamiento de agua para su liberación durante períodos más largos… Además, pastos de montaña, hierbas, y cubierta vegetal aumentarían y aportarían mejores hábitats para el papamoscas de sauce del suroeste, el ciervo mulo, el borrego cimarrón, conejos y otros pequeños mamíferos que a su vez son presas de depredadores tales como leones de montaña, linces, coyotes, zorros y aves rapaces… Incrementando la cubierta vegetativa puede también mejorar la calidad de las cuencas hidrográficas, reducir la erosión de la tierra… y mejorar los valores recreacionales y estéticos.”
Todo eso y un retiro sustancial de carbón también. Eso es lo que Aldo Leopold se refería. ¿Cambios como este son realizables a escala? No si continuamos siendo esclavos del mito del vaquero. No si la administración de las tierras continúa siendo un peón de nuestra parálisis política. Pero ¿qué pasa si revisamos cómo se están usando esos 640 millones de acres de tierra pública concentrándonos en el clima, en los ecosistemas, la integridad y la belleza, y lo hiciéramos como si nuestras vidas dependieran de ello? ¿Qué tal si, como Jim Furnish sugiere, a las agencias de la administración de las tierras se les diera la misión central de retirar carbón y proveer hábitats saludables e interrelacionados? Si eso suena políticamente ingenuo, acepto la condena; pero argumentaría que cualquiera que piense que nos podemos salir con la nuestra sin esa clase de cambio, es científicamente ingenuo.
Por supuesto, decir que queremos hábitats saludables no es lo mismo que conseguirlos en una época en que el mundo está cambiando rápidamente. ¿Tenemos que convertirnos en jardineros intervencionistas estableciendo nuevos sistemas duraderos en el Antropoceno? ¿O debemos mantener nuestros dedos de simios inteligentes lejos de lo que no entendemos? Mi preferencia es proteger la mayor cantidad de áreas silvestres posibles, conectándolas y delineando sus límites junto con ecosistemas o líneas divisorias de manera que puedan ser manejables cuando el campo de los alrededores sea transformado. Aún cuando esas áreas puedan tornarse diferentes de lo que han sido, la naturaleza hará buen uso de ellas, y este es el seguro más razonable que podemos permitirnos. Donde sea posible, áreas deterioradas deberían ser sujetas a tareas de conservación y restauración, planeadas de modo que podamos aprender de forma eficiente lo que funciona y lo que no. Esto debe ser abordado con un gran sentido de la humildad, ya que es muy fácil equivocarse, y los riesgos son grandes.
A las agencias federales ya se les asignó la tarea de considerar los costos y riesgos del cambio climático por Orden Ejecutiva (Orden Ejecutiva 13656-Preparando a los Estados Unidos para los impactos del cambio climático). El problema es, ellos se rigen aún por modelos antiguos multiusos, mientras nuestro entendimiento de los impactos está evolucionando a un ritmo mucho más rápido. Cada vez que miramos, los costos son drásticamente más altos. Para entender por qué, hay que considerar que las estimaciones del costo social del carbón no incluyen aún los daños de cosas como la acidificación oceánica, la perdida del hielo marino ártico, el derretimiento del permahielo, la mortandad de árboles a gran escala, o los cambios en las corrientes oceánicas. Me pregunto si esos desastres, tomados colectivamente, impondrán un costo social. Nadie tiene una idea real de cómo ponerle precio a la pérdida proyectada de hasta un tercio de las especies de la vida en la tierra.
Estas lagunas en el conocimiento tienen consecuencias. Los bosques federales en el noroeste retienen algunos de los almacenamientos más densos de carbón de cualquier ecosistema terrestre, quizá el 150 por ciento de las emisiones anuales de carbón. En su Alternativa Preferida para el manejo de bosques federales en el occidente de Oregon, BLM (Oficina Administradora de tierras) usó datos del 2013 para calcular que los costos del clima pueden doblar a los beneficios de la producción de madera, y ascenderá a $91,000.00 por cada trabajo relacionado con la madera; costos que estaban dispuestos a hacer a un lado con el fin de salir del corte. Pero los modelos nuevos del costo de carbón del año pasado reflejan el hecho de que el cambio climático no solo destruirá las propiedades y reducirá los cultivos, sino que también paralizará la capacidad de crecimiento de la economía global. Cuando esta información más precisa es usada, los economistas calculan que la Alternativa Preferida para Oregon de BLM (Oficina Administradora de tierras) implicará costos en el clima casi treinta veces más altos que los beneficios madereros, y cada trabajo maderero le costará a la sociedad un millón y seiscientos mil dólares. Ahora, los modelos del costo del carbón están en pañales, así que estos números no son el evangelio, pero ¿qué tan mal tiene que resultar el balance para que podamos asignar un nuevo valor y sentido a las tierras públicas ahora, mientras todavía se pueda hacer una diferencia?
Probablemente en ningún otro lado estos asuntos son dibujados en términos más crudos que en la campaña Manténlo en el Suelo. El Secretario del Interior es el Administrador de activos energéticos más grande en Estados Unidos y, quizás del mundo. Más del 20 por ciento de emisiones de carbón estadounidense actuales, vienen de combustibles minados en tierras federales, y hasta ahora las compañías de energía tienen en sus manos solamente una pequeña fracción de lo que hay. Un prominente estudio reciente mostró que haciendo un giro ágil y poniendo fin al arrendamiento federal de combustibles fósiles podría mantener lo equivalente a 450 giga toneladas de dióxido de carbono fuera de la atmósfera. Esto es más de un cuarto de todas las emisiones globales permisibles si nuestro objetivo es mantener el calentamiento debajo de 2 grados centígrados. Esa es la meta que Estados Unidos se comprometió en el acuerdo de París, realmente una excelente idea para la gente que cree en una civilización avanzada. El estudio científico más reciente sobre la desaparición de bolsas de hielo, circulaciones oceánicas suprimidas, y la aparición de súper tormentas, declara, en un lenguaje poco científico, que estamos en un estado de emergencia global. Afortunadamente, la gente se está levantando para afrontar los retos.
El otoño pasado asistí a la cumbre de líderes del medio ambiente donde discutimos la senda razonable para seguir nuestro trabajo en torno al cambio climático: conservar lo más que podamos; convertir todo a electricidad; descarbonizar la red eléctrica, y construir tanta energía distribuible renovable como sea posible. Para las tierras públicas, la gente se animó con que la administración esté empezando a esforzarse para desarrollar herramientas medidoras para tantear y rastrear las emisiones de carbón posibles desde diferentes acciones en diferentes lugares. Con ese punto de partida, los que están a favor concibieron una estrategia por etapas para primero parar de explotar tierras federales con los peores combustibles, empezando con el carbón y la pesadillas de las arenas de alquitrán y el petróleo de esquisto bituminoso, y después seguir con el aceite y por último, el gas natural. La campaña para mantener el carbón bajo tierra ya estaba en marcha, con una victoria temprana en la moratoria de enero en el arrendamiento de carbón federal.
Bueno, los activistas nos habían adelantado con mucho, y no solamente en los asuntos de carbón. La administración de Obama ya ha tratado, con efectos limitados, de cerrar la mayoría de las perillas grandes que tenemos de emisiones a través de acciones como normas de kilometraje y el Poderoso plan de Limpieza (Clean Power Plan). Mirando más a fondo, a los activistas no les tomó mucho tiempo rastrear el problema nuevamente hasta la última fuente de combustibles de carbono por debajo de las tierras públicas. Con los bajos precios del petróleo, equipos parados de perforación de todas partes, los apostadores en subastas federales estaban pagando apenas nada por el derecho a perforar, incitando protestas que ya han bloqueado estas supuestas llamadas “ventas del clima”, de aceite y gas en Utah, Montana, Wyoming, y Washington, D. C.
Así como los Republicanos parecen haber subestimado la furia de los votantes en sus elecciones primarias, todos están subestimando la determinación del movimiento climático. Hablan en serio cuando dicen “Manténlo en el Suelo”.
Será fascinante observar qué pasa cuando este objeto inamovible se encuentre con la fuerza irresistible de las compañías energéticas. Del lado de los que protestan, la espantosa realidad de que a menos que rápidamente hagamos los cambios que ellos demandan, habrá más y más terrible evidencia de que están en lo cierto, sin embargo muchos de nosotros desearíamos que no fuera así.
El hilo final que quiero seguir va mucho más atrás en el tiempo, porque por supuesto, los panoramas de los que he estado hablando tienen historias que se extienden hacia atrás desde siempre. Su encarnación moderna como tierras públicas de América es relativamente un nuevo prestigio que resulta de una fascinante, a veces tremenda historia, que muchas veces se descuida en nuestro propio perjuicio. Así que, déjenme empezar esta historia arbitrariamente señalando que hoy, 21 de Abril, es el 180 aniversario de la Batalla de San Jacinto. Fue allí en 1836 que el ejército de Sam Houston de Texas ganó la batalla decisiva de la Revolución Texana, derrotando al ejército Mexicano de Santa Ana en solo 18 minutos. Cuando Santa Ana firmó un tratado de paz tres semanas después, la efímera República de Texas llegó a ser un país independiente reclamando el título en disputa de 390,000 millas cuadradas de territorio tomados de la República de México hasta el occidente de Colorado y la frontera con Wyoming.
Casi no hablamos de la compleja historia de la exploración y conquista Hispana en América. ¿Cuántos saben que el mismo García López de Cárdenas, quien visitó la orilla Sur del Gran Cañón en 1540 con guías Hopi, después fue condenado por crímenes de guerra por su rol brutal ese invierno en la Guerra Tiguex contra el pueblo Tiwa a través del Río Grande? Fue el primer conflicto nombrado entre europeos y los pueblos Indígenas de América, y que precedió la Declaración de Independencia por un gran lapso de tiempo equivalente al que ha pasado desde que nuestro país fue fundado.
Mucho después, pero aún muy temprano en el Oeste, en 1765 el grupo de Juan María Antonia Rivera llegó a ser el de los primeros Europeos en ver el Río Colorado en Utah, más de un siglo antes de que la notable Expedición San Juan Mormón entrara en ese territorio cruzando el Cañón Glen en el Agujero en la Roca “Hole in the Rock.” Rivera registró en su diario una exploración de los cañones desde Moab hacia arriba, durante la cual pasaron una noche acampando en la tierra o cerca a ella, que me reclamó como su guardián doscientos años más tarde. Estas historias ofrecen una fascinante revelación acerca de nuestro lugar en el mundo, pero las historias sobre los exploradores y colonizadores son historias muy poco contadas, o la de los Negros, quienes su reputación como esclavos o libres era el asunto de mayor preocupación cuando la República de Texas fue admitida como estado en 1848.
Ha llegado el momento de que empecemos efectivamente a reconocer el rol que jugaron las diferentes gentes en la construcción de este país. Las tierra públicas son un buen lugar para empezar, ya que han sido una clave de nuestro experimento democrático por lo menos desde la primera “Acta de la Hacienda” (“Homestead Act”) en 1862. Esto va más allá de un simple entendimiento histórico de cómo llegamos a ser el pueblo que somos; necesitamos invitar al más amplio espectro de Americanos a disfrutar de las tierras públicas y en las conversaciones acerca de cómo queremos administrar nuestra herencia compartida en el futuro. Necesitamos alcanzar a esos nueve de cada diez Neoyorkinos que pensarían que estoy hablando en Urdu si se dejaran caer en la audiencia esta noche.
El presidente Obama ha hecho un buen comienzo en la ampliación de nuestro punto de vista con la designación como monumentos nacionales de lugares como las montañas de César Chávez y las montañas de San Gabriel. Si nuestras tierras públicas no continúan evolucionando junto con nuestra sociedad, entonces corren el riesgo de convertirse en irrelevantes, desprovistas de defensores justo cuando más lo necesitan.
Y esto me lleva de regreso a los Tiwa, cuyos pueblos fueron atacados por los hombres de Coronado, o a los Hopi, quienes guiaron a Cárdenas al Gran Cañón y se pararon con los violentos, y los conquistadores místicos en el Borde Este a la vista de la antigua Ruta Hopi Salt pretendiendo que no conocían el camino abajo del sagrado abismo. Ellos y otros muchos indígenas aún están entre nosotros, habiendo soportado genocidio, viruela, reubicación, culturización forzada, y otros horrores demasiado numerosos para detallar aquí. Estas gentes han encontrado maneras de vivir dentro de las condiciones impuestas por este continente durante miles de años, basados en una relación de reciprocidad con el mundo, en vez de dominio. ¿Cuál debe ser su rol en determinar la administración de las tierras que una vez habitaron? ¿No deberíamos tener alguna necesidad urgente de su sabiduría? Ya ha pasado tiempo como para traer al nativo-americano formalmente al proceso de administrar las tierras donde vivió, donde sus ancestros están sepultados, y donde todavía recolecta medicinas y sustento y aún visita sus sitios sagrados. Requerirá un acto de liderazgo valiente lanzar esta nueva era histórica, y me emociona decir que estoy dispuesto a ello.
El Congreso pasó la Ley de Antigüedades en el año 1906, sólo 40 años después de las atrocidades y deportaciones forzadas del Largo Camino Navajo (Navajo Long Walk), y justamente dieciséis años después de la matanza de “Wounded Knee.” Para cuando el Congreso tomó acción, la población indígena de América había sido reducida el 97 por ciento; sin embargo, el propósito de ley de 1906 era proteger las ruinas prehistóricas y artefactos en vez de a las víctimas vivas de la campaña de genocidio. Cuando los indios modernos hablan sobre ser invisibles, es a esto a lo que se refieren. En los 110 años de historia de la Ley de Antigüedades nunca ha habido una campaña Nativo-Americana por un monumento nacional, hasta ahora.
Hoy, las tribus Navajo, Hopi, Zuni, Uintah y Ouray Ute, y Ute Mountain Ute se han unido formalmente para asegurar la proclamación presidencial, estableciendo así 1.9 millones de acres del Monumento Nacional Orejas de Oso (Bears Ears). Este es el extraordinario paraje cultural, ecológico, y científico que se extiende desde el Sur del Parque Nacional Canyonlands hasta el Río San Juan en el sureste de Utah. La tierra contiene un registro global significativo de la larga época en que habitaron que toma la forma de innumerables lugares con arte de roca, villas antiguas, viviendas en los precipicios, rutas y cementerios, que están en uso activo hasta hoy.
El paisaje cultural de las Orejas de Oso. TIM PETERSON
La coalición entre las cinco tribus de las Orejas de Oso ha desarrollado un plan visionario y viable para el primer monumento nacional de América que será administrado en colaboración por las tribus y el gobierno federal. Su propuesta visualiza un centro de clase mundial para la integración de conocimiento tradicional Nativo-Americano y la ciencia occidental en Orejas de Oso. La propuesta de coalición ha sido recibida favorablemente por la Casa Blanca y los delegados designados en la administración Obama en los departamentos de Interior y Agricultura. Los grupos están negociando las condiciones de la administración de la colaboración.
El esfuerzo de la Coalición es tan importante en la evolución de la soberanía tribal que otras veinte tribus del suroeste han respaldado la propuesta y ha sido reconocida entre las más altas prioridades del Congreso Nacional Indio-Americano. La designación en monumento nacional se considera ahora como el principal candidato para la finalización del término del presidente Obama.
Este trabajo representa una oportunidad única para asegurar una nueva clase de monumento nacional que restaure relaciones entre los nativo-americanos y sus tierras ancestrales. La propuesta de la coalición para Orejas de Osos ofrece también una oportunidad para la sanación de una herida profunda, de pasados de injusticia, de la tierra, y de relaciones entre todas las personas, nativos y no nativos. Nunca he estado involucrado en un proyecto que parezca más importante y mejor que este.
Permítanme dar un pequeño giro desde la idea de sanación para cerrar con un pensamiento acerca de la belleza. Aún si los gobiernos actúan rápidamente y decisivamente a escala internacional, de seguro pasaremos por algunos baches en el camino hacia adelante. Los activistas experimentarán una urgencia sin alivio y frustraciones a medida que sistemas naturales y sociales se bambolean y combaten. Pero, cuando nuestro amor se torne en dolor, encontraremos maneras para tornar ese dolor en un amor más fuerte y en belleza.
¿Cómo puede algo tan frágil y efímero como la belleza enfrentarse a la geofísica planetaria implacable fuera de control? ¿Cómo encontramos significado cuando las compañías financieras y de energía llevan a cada nuevo presidente a un lado y le dicen cómo se van a hacer las cosas? Y aún así, la belleza parece estar tejida a la tela de nuestro mundo a propósito y no es tan frágil como parece. Goethe dijo, “La belleza es una manifestación de las leyes secretas de la naturaleza, las cuales, excepto en apariencia, han estado siempre escondidas de nosotros.” Todo sistema que los científicos exploran resulta ser vastamente más inteligente, adaptable, e interrelacionado de lo que originalmente pensaron—nunca lo opuesto. La reciprocidad es a menudo más importante que la competencia de Darwin.
Tal vez la belleza es un regalo que puede ser nuestra mejor guía para lidiar con los tiempos oscuros. He defendido la verdad literal de Aldo Leopold de que optar por las opciones más bellas es la mejor guía para tomar decisiones en la gestión de la tierra. ¿No encuentran alentador que la reparación de errores entre gente pueda encender una síntesis de sabiduría moderna y antigua que podría producir piezas vitales que faltan para el enigma de cómo debemos vivir? ¿No inspira humildad ver que el freno y la tolerancia en nuestro uso de los recursos naturales que nunca hicimos y que no podemos reemplazar pueda llevarnos a un futuro más próspero? Reboso gratitud cuando veo por completo la gloria de las otras criaturas y la insondable profundidad de la creación que compartimos y creo con todo mi ser que nuestra mejor senda al futuro es a través de una compasiva y generosa historia de amor con toda la creación.
Traducido del inglés por Mercedes Ornelas y Violeta Gil.
Bill Hedden es el director ejecutivo del Fideicomiso para el Gran Cañón.